21 días
Hay días en los que la vida de una persona se cruza inexorablemente con la Historia. Mi generación es de las que recordará siempre qué estaba haciendo el 11 de septiembre de 2001 o el 11 de marzo de 2004. Hay tragedias que cambian nuestra percepción del mundo pero pocas han cambiado nuestra propia realidad como la pandemia del Coronavirus.
El enemigo estaba a las puertas y, la verdad, no lo sabíamos. Al menos yo no lo sabía. A principios de año nos mandábamos memes sobre el COVID-19, nos saludábamos con besos y apretones de manos, hacíamos cola en el supermercado, íbamos al cine, nuestros hijos jugaban en el parque y abrazaban a sus abuelos.
Hasta el 14 de marzo de 2020. Las señales eran cada vez más preocupantes y el decreto de Estado de Alarma nos dio definitivamente de bruces con un cambio en nuestras vidas cuyo impacto todavía hoy no alcanzamos a conocer.
En estos 21 días me he acostumbrado a ver la calle a través de las ventanas y a hacer la vida intramuros. A empezar a conocer las caras a los vecinos que aplauden a las 8. A quedar por videoconferencia. A trabajar desde casa. A esquivar a la gente en la calle cuando sales a comprar. A contar las semanas por las quincenas de prórroga del Estado de Alarma.
Tengo suerte. Mi familia y los míos están sanos. Tenemos trabajo. Cada día nuestro objetivo es mantener, sobre todo, la salud. Para que esté más cerca el momento en el que nuestro hijo pueda correr de nuevo hacia sus abuelos. Esa será la primera victoria.
¿Qué encontraremos ahí fuera, cuando podamos salir? ¿Habrán aguantado el bar de la esquina, la peluquería, la librería, la tienda de ropa o la zapatería? ¿Cuándo podremos volver a un museo, a un teatro o a un concierto?
Hace muchos años leí ‘Confesiones de un burgués’, un libro en el que Sandor Marai retrataba cómo era Hungría antes de la guerra. Me impresionó por la lucidez con la que escribía de un mundo que parecía seguro y acomodado y que sin embargo se desmoronó bajo sus pies. También a nosotros, salvando las distancias, parece que se nos está moviendo el suelo. Las certezas ya no serán las mismas, el miedo y el dolor tardarán mucho en disiparse.
Como madre, sin embargo, me niego a pensar que mi hijo vaya a vivir peor que yo. Imagino que ahora, desde hace apenas 21 días, la intrahistoria del confinamiento va a suponer el inicio de la cita de nuestra generación con la Historia. Espero no fallarle.