Eduardo
Cuando pisé por primera vez la redacción de Efe en Andalucía, hace 19 años y dos vidas, los teletipos se cortaban. Literalmente. Las noticias salían por partida doble en una impresora de papel en la mesa de edición y, una vez editadas, se lanzaban a los medios (cumpliendo el lema de la casa, ‘Informamos a los que informan’) y volvían a imprimirse. No sé si fue Rafael Higueras, redactor jefe de fino humor y gran dedicación, el que me dijo: en Efe los becarios cortan los teletipos. Y es que el rollo de papel de aquella impresora se cortaba noticia a noticia, se grapaba y almacenaba en un archivo. Eran otros tiempos y las únicas nubes eran las del cielo.
Tampoco habían llegado los nubarrones de la crisis al periodismo. En Efe, en realidad, los becarios no cortábamos teletipos, los escribíamos, con un horario sensato y de forma remunerada. Cuando tenías turno de tarde, Miguel Ángel del Hoyo, siempre de negro rockero y de Vallecas, siempre serio, siempre tan humano, te mandaba pisar la calle para que aprovecharas la beca para aprender el oficio.
Era una redacción vieja la que yo conocí, con unas vistas preciosas sobre la Plaza del Cabildo de Sevilla. Las paredes eran de gotelé y las mesas de oficina grises e impersonales. Había un portero electrónico en el piso por un susto que se habían llevado los Alfredos (Valenzuela y Martínez) con los de la ETA pocos años atrás. Lo que le daba belleza a aquel lugar eran las fotos. Fotos de deportes, de política, de rodajes de cine. Fotos de Eduardo Abad, de Julio Muñoz y de Emilio Morenatti (José Manuel Vidal llegó después).
La sección de fotografía estaba al fondo a la izquierda, así que muchas veces no sabías cuando iba a aparecer Eduardo, grande en su humanidad, divertido, observador y siempre dispuesto a discutir de política. Porque entonces se podía discutir de política sin enfadarse: como digo, hace dos vidas.
Eduardo era trabajador y exigente, sobre todo consigo mismo. Cariñoso y querido. Pendiente de todos. Trataba igual a un becario que a un Príncipe de Asturias. Su presencia y su acento madrileño lo llenaban todo cuando cruzaba la redacción. En ella habitaban entonces, entre otros, Violeta, José Ramón, Javier, Blanca, Toñi, Susana, Paco, Diego, Curri, los Alfredos, Amanda, Manolo, Fátima, Laura, Baena, Toni, Julio, Emilio, Tomás, Carlos y Juan.
Luego ya no fui becaria y estuve siete cortos años en Efe. No recuerdo un día en que Eduardo tuviera una mala palabra ni un mal gesto. En su carácter fuerte siempre dejaba traslucir su inmensa bonhomía. Con el tiempo he conocido a su mujer, Mari Carmen, (llevaban toda la vida juntos, hasta el punto de que él decía en broma: «la he criado yo») y a sus hijos.
Cuando se jubiló en 2012, recién cumplidos los 60, por el ERE de Efe, yo ya no lo veía tanto como me gustaría. Hacía tiempo que no pertenecía a Efe -muy a mi pesar- y estaba en mi siguiente vida. Sentí su jubilación porque amaba su trabajo, pero creo que también la disfrutó, mientras la salud se lo permitió, porque era una persona con inquietudes y ganas en todo lo que hacía.
La última vez que lo vi, hace cosa de un año, parecía que la Enfermedad le había dado una tregua. «Estoy muy bien», me dijo con esa sonrisa. Me dio tanta alegría que me quise quedar con eso, con el tratamiento que funcionaba y con esa fuerza suya que también había sido capaz de doblegar al cáncer.
Pero anoche se murió Eduardo y siento que no han pasado 19 años y dos vidas. Que puedo volver a atravesar la redacción de Federico Sánchez Bedoya, algo desvencijada, apestando a tabaco y embellecida por sus fotos, para encontrarlo al fondo a la izquierda, camisa blanca, chaleco burdeos de pico, pelo blanco ondulado y gafas de cerca con cordón, editando la foto que va a ser la portada de mañana en los periódicos. Buen viaje, amigo mío. EFE
vl